Ellos corren por la pradera entre delirios, dramas y floridas imágenes que se escapan entre los dedos, que con el paso del tiempo se vuelven un liquido amargo y chispeante, que termina por caer hacia su tracto digestivo. El degustar de ese momento, hace encender sus miradas que terminan en un instante, cuando se apagan sus relojes biológicos, para luego desatar una incomprensible sensación de no poder hacer bailar sus ojos a la par.
La brisa otoñal, vuelve sus miradas hacia diferentes direcciones, la nostalgia se apodera del momento, apenas pueden mirarse, cae lentamente su energía vital, parecen dos extraños mientras el termina el verano, ahora el otoño sigue incitándolos a caminar, mucho desconcierto, pero los espera el camino de perlas brillantes que se dibuja cada noche que el otoño besa a la luna adormecida.
Confusión, de colores diferidos, entre sus manchas del pasado y otros que vendrán, y tiemblan sus pieles de niños, al borde del miedo y la desesperación, tienen miedo, y al tocarse explosión de electricidad, es extraño, pero les gusta, y seguirán.